En conjunto, esas proposiciones constituyen el núcleo de lo que podemos llamar la ideología de la globalización. Se trata de una ideología conservadora que encubre la realidad para inhibir la voluntad de cambiarla…”
Enmarcado en la concepción burguesa, lo que el concepto de globalización ofrece suele ser más una utopía que una posible realidad. Los intereses históricos y particulares de la burguesía no serán borrados por obra y gracia de una declaración de igualdad y fraternidad como la acuñada por los viejos pensadores utópicos. La utopía sólo puede ser un instrumento de lucha, más es difícil de retomarla como una realidad posible en el contexto de un capitalismo salvaje como el que hoy vivimos. Por ello, “las construcciones utópicas desde la República de Platón…hasta Utopía de Tomás Moro y Tomaso Campanella, tienen elementos en común: una aguda crítica social, una propuesta de igualdad, un espíritu de justicia y el anhelo de realizar un mundo mejor, pero de manera uniforme” (Mercado M.; 2002:122).

Como se observa la globalización tiene su fundamento en esta línea de pensamiento, pues a pesar de representar los intereses del capital, integra elementos redentores de las clases explotadas. Pero esto corresponde a la rápida transformación de la ciencia y la tecnología que impacta severamente, y de manera desigual, a las propias estructuras de la sociedad. Al respecto retomamos lo que dice el propio Mercado (2002:120), quien afirma que “el renacer utópico que hoy en día nos invade, surge precisamente en momentos dramáticos de transformaciones mundiales (...) cuando los paradigmas teóricos e ideológicos se deshacen, cuando se transforman las fronteras convencionales y aparecen nuevos procesos de integración política y económica”.
¿Cómo entonces desligar la utopía del mito globalizador? Para ello, el mecanismo más apropiado es el reconocer la esencia de cada concepto. Por principio comparemos sus características. La utopía, de acuerdo a Tomás Moro se caracteriza por:
Ser valiosa y deseable justamente por su contraste con lo real, cuyo valor rechaza y, por consiguiente, considera detestable. Subvierte lo real y abre una ventana a lo posible.
No sólo por marcar un distanciamiento de lo existente, sino también una alternativa imaginaria a sus males y carencias.
Expresar, además, el deseo, aspiración y voluntad de realizarla.
Implicar la propuesta de erradicar una serie de males que hay que eliminar, para llegar a una sociedad donde prevalezca la igualdad y felicidad.
Pero esto sólo es posible por la acción del pueblo. Como lo establece Henríquez Ureña en un artículo de internet, “es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías”, aunque en ese proceso son las intelligentsias quienes llevan la batuta y pueden, por su papel y status en la sociedad, disponer de los medios suficientes para llevar a cabo tanto la discusión como las propuestas al conjunto social. Los comunicólogos entran en esa categoría de intelligentsia por cuanto tienen que ver con los procesos de difusión de los mensajes-ideas.

En esta maraña de dinámicas “México… se ve obligado a encontrar una solución, y justamente lo que ofrece la utopía no sólo es una identidad, también un sueño posible. La lucha contra las certidumbres, contra un orden que no nos pertenece y que se nos impone inexorablemente, así como la búsqueda de un futuro deseado, está en la base de la reflexión utópica” (Mercado; 2002:117). La cultura mexicana aun está muy arraigada como para permitir su resquebrajamiento por efecto de la globalifobia. Sus estructuras valorativas, si bien han sido permeadas por las corrientes culturales exógenas, también es cierto que mantienen un alto grado de cohesión de la mexicanidad como elemento identitatario.
Y “si bien la sociedad mexicana nunca podrá ser el sueño al que todos aspiramos, tal y como lo señala la utopía, de alguna forma sí podrá rescatar y mantener los valores que de su sociedad quedan, sin empobrecer las intenciones globalizadoras de pertenecer a un mundo internacional, siempre y cuando la educación mexicana cambie y de un giro hacia la universalidad de los individuos y la identificación nacional”. De esta forma el mito de la globalización quedará al descubierto y la sociedad podrá encauzar sus esfuerzos y participación hacia el mejoramiento de las condiciones de desarrollo y de vida internas, concientes de la necesidad de coexistencia con agentes externos, pero en condiciones de competencia más equitativas.

En conclusión podemos afirmar que la llamada globalización no es un fenómeno nuevo y que sus efectos en nuestro continente han estado presentes desde los viajes de Magallanes y de Colón en el Siglo XIV. Dichos efectos se siguen manifestando de maneras diferentes, pero con las mismas consecuencias sobre la configuración socio-económica de la sociedad postindustrial. En ese contexto las Redes —como lo señala Brünner (2003: 56) “constituyen una nueva morfología social de nuestras sociedades y la difusión de la lógica de redes sustancialmente modifica la operación y resultados de los procesos de producción, experiencia, poder y cultura. (Brünner; 2003:7). O como afirma Daniel Bell (1989:69) "Tal como ocurrió en su momento con la revolución industrial, el actual proceso ha comenzado a modificar los parámetros cruciales de la sociedad".