miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ídolos en el espejo

Por Jorge Esteban Herrera


     Ulises jamás imaginó que los niños de Ítaca anhelaran repetir a cabalidad su vida. Su vida llena de peripecias no era seductora; pero sí lo era su mujer, Penélope. Cuando la esposa confesó a sus pretendientes que se casaría con el que mostrara la virtud para usar el arco de su marido, los hombres no duraron en intentar imitarlo. Cuando un niño se entera de la vida de los futbolistas, deciden que ellos también son capaces de patear la pelota con la misma suerte.

     Los héroes de las epopeyas del campo, no únicamente existen para que la historia los inmortalice, sino también para que sus aficionados pueriles sueñen con repetir sus hazañas. En las escuelas los niños aspiran a ser una extravagante copia de un Cristiano Ronaldo de un metro con treinta centímetros, o del Messi que es vecino a los dos metros de altura. Más allá de lo risible que pueda ser alguna vez el mimetismo futbolístico, los niños siguen aferrándose a poner en su destino la misma línea que siguen sus ídolos. Los 4 enfrentamientos del mes de abril pasado entre el Barcelona y el Real Madrid, se quedan a veces cortos. En algunas calles el clásico español lleva jugándose ininterrumpidamente desde hace 2 años. Cuando Juanito dribla a 3 jugadores y anota gol, siente que por él ha pasado una fragancia de la magia que posee el 10 del Barcelona; de pronto, recibir los pases de Xavi e Iniesta, ya no es únicamente una realidad de videojuegos, es un futuro que se encuentra en los pies.

     Todo proceso requiere de tiempo. Las glorias futbolísticas lo necesitan para madurar y evolucionar a mito. Mientras tanto, el jugador puede disfrutar de otras bondades que el deporte le otorga como recompensa. George Best no era un hombre de infinita paciencia. Compartir el Olimpo del futbol junto a Pelé, Maradona, Cruyff, Di Stefano y otros grandes no lo motivaba, su vida estaba en este mundo. Dotado con una velocidad centellante, conducía con el mismo vértigo su vida cotidiana. Su afición por los autos, al alcohol y las mujeres, lo volvieron en el arquetipo de una estrella de Rock. Durante el boom de los Beatles en los 60, no faltó quien lo bautizara como el quinto Beatle; el único que se presentaba cada quince días en Manchester. Dueño de una barba y cabellera que sólo se consigue en un naufragio, se adelantó a mostrar al mundo la imagen que algunos años después lucirían los del cuarteto de Liverpool. Best huía de los rastrillos, no de las fotografías. Jamás perdió su pericia para sortear defensas y anotar goles, pero sus verdaderos logros se encontraban lejanos al campo del juego, lo dilucidó cuando en 1984 dijo adiós al futbol. La amargura que flotaba sobre el estadio supo que no había motivo para adentrarse en ese hombre, los peores 20 minutos de su vida fueron el día que dejó el alcohol y las mujeres.

     Las leyes de la cotidianidad explican que la suma de los esfuerzos no siempre corresponde a lo que se obtiene. El deporte desoye lo inexorable. Se puede ser buen jugador, rico y guapo, y todo en una misma vida. Cada vez son más conocidas las historias de vidas de los futbolistas que jugaron 12 años descalzos, para después usar zapatos bañados en oro. Sus anécdota son un impulso hacía la superación personal, los medios los han erigido como un modelo al que la infancia puede apuntalar. El absoluto de una vida finita brilla en una pelota.

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